Velocidad de los jardines

Alguien apoyó una escalera de mano contra un árbol. Se escuchó la frase: "Me gusta soñar con los diluvios." El crepúsculo alargaba las sombras hasta la crucifixión. Ascendía el perfume un poco ácido de la tierra. Una nodriza reunió a otras en cónclave para emitir un veredicto sobre el futuro de sus pupilos que jugaban desperdigados. Los condenaron a la merienda. Y Alesio estaba bajo tierra, bajo el agua, en su fresca glorieta de sombras, ensimismado en una hormiga más azul que las demás, en un palo de madera que no contesta si le hablas. Eva se consideraba culpable. Alesio se obsesionó con el agua, los pedagogos dijeron basta y obtuvieron otro empleo. Pero Eva le permitió acurrucarse bajo el limonero, no hacen daño los limoneros, y era un alivio ver que Alesio parecía sufrir menos cuando estaba solo y le hacía preguntas al estanque. No sabía leer y apenas expresarse, pero era tan feliz -un retrasado- cuando sumergía la mano y comprobaba que debajo de las ondas cinco dedos son muchísimos más que esos dedos. Se quedaba excitadísimo. ¿Cuántos Alesios más habría al fondo del estanque? Un día supo cuántos, y eso era morir, y su madre se sentaba en un banco de Roma cada tarde mientras a su alrededor los niños meriendan o se agreden.

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