La hermana pequeña

LAURA: Todo el mundo está solo, Inés. No somos una excepción tú y yo.
INÉS: Pero no lo digas así. Hablas como si no tuviera remedio.
LAURA: El único remedio de la soledad es aceptarla, bonita. Vamos, ¿qué te pasa? ¿Ya estás llorando otra vez? Anda, no llores...
INÉS: Estoy muy triste. ¿Es que tú nunca estás triste?
LAURA: Chica, sí; pero ¡qué más da! Me voy a la calle y me monto en un tranvía y me pongo a pensar que toda la gente que se roza conmigo tendrá problemas igual que yo, y me doy cuenta de que ninguno va llorando. Fíjate si toda la gente fuera llorando por la calle, qué clamor de locos, ¿no? Pues cuando uno está solo en casa, Inés, lo mismo. Igual que en la calle hay que hacer: el mismo ejercicio de aguantar sin brío. ¿Entiendes?
INÉS: Sí. Pero ¡qué difícil!
LAURA: Mucho. Es un equilibrio inestable el de vivir. Como ir por una cuerda floja. No vale ni caerse ni agarrarse. Y a veces da vértigo.

No hay comentarios: