El amante

Le pregunto si es normal estar tan tristes como estamos. Dice que es debido a que hemos hecho el amor durante el día, en el momento álgido del calor. Dice que después siempre es terrible. Sonríe. Dice: tanto si se ama como si no se ama, siempre es terrible. Dice que pasará con la noche, tan pronto como llegue la noche. Digo que no sólo es debido a haberlo hecho durante el día, que se equivoca, que estoy inmersa en una tristeza que ya esperaba y que sólo procede de mí. Que siempre he sido triste. Que también percibo esa tristeza en las fotos en las que aparezco siendo niña. Que hoy esta tristeza, aun reconociendo que se trata de la misma que siempre he sentido, se me parece tanto que casi podría darle mi nombre. Hoy, le digo, esta tristeza es un bienestar, el de haber caído, por fin, en una desgracia que mi madre anuncia desde siempre cuando clama en el desierto de su vida. Le digo: no comprendo exactamente lo que mi madre dice, pero sé que esta habitación es lo que yo esperaba. Hablo sin esperar respuesta. Le digo que mi madre grita lo que cree como los enviados de Dios. Grita que no hay que esperar nada, nunca, de ninguna persona, de ningún Estado ni de ningún Dios.

No hay comentarios: